El núcleo del Sector Frío era más que una cámara de refrigeración: era un coloso de engranajes congelados, turbinas cubiertas de escarcha y luces azules que parpadeaban débilmente entre capas de hielo. En el centro, un trono de acero sostenía a la figura más imponente del lugar: Sorbetón, un gigantesco helado de tres bolas, coronado por una cereza congelada y una mirada tan fría como su reino.
A su alrededor, los helados despertados comenzaban a murmurar. Algunos temían a Sorbetón; otros lo recordaban como un protector caído en la apatía del encierro. Fofi dio un paso al frente, rodeado por sus aliados: la empanada con su mapa desgastado, Carbón con su lanza chisporroteando calor, y el hotdog, que soltó una frase para romper el hielo:
—¿Se sirve con barquillo o cuchara, compadre?
Sorbetón entrecerró los ojos. Su voz era un eco suave y grave.
—¿Qué hacen alimentos calientes… en mi dominio?
Fofi alzó la voz con firmeza.
—Venimos a despertar algo que el frío enterró. No solo buscamos libertad. Queremos unir los sabores.
El silencio se hizo espeso. Luego, Sorbetón descendió de su trono, cada paso dejando huellas heladas en el metal.
—Entonces… muéstrenme su calor. Si es lo bastante fuerte, puede que el Sector Frío vuelva a latir.
El desafío estaba planteado. Y el aroma de una alianza inesperada comenzaba a derretir siglos de letargo.
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