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Publicado el 13 de abril de 2025, 23:38

Mientras se alejaban del punto de congelación, Fofi y su grupo sintieron cómo el aire cambiaba. Ya no era el frío penetrante del hielo eterno, sino una humedad densa y pesada. El conducto térmico que habían seguido desembocaba en una caverna gigantesca iluminada por luces intermitentes de emergencia: habían llegado al Centro del Sector Frío, donde se controlaba la distribución del clima en todo el sistema subterráneo.

Allí, en medio de una plataforma metálica cubierta de escarcha, se erguía un enorme reactor criogénico. Su interior brillaba con un azul intenso, pulsando al ritmo de un latido mecánico. Y frente a él… una figura alta, delgada, vestida con una capa hecha de envoltorios de helado congelados.

—Estaba esperando que alguien como tú apareciera —dijo la figura, con voz suave y escalofriante—. Tú eres Fofi, ¿verdad?

Fofi dio un paso al frente, con Carbón y la empanada a su lado.

—¿Y tú quién eres?

—Me llaman Frostyron, el Guardián del Frío Eterno. Y no permitiré que derritas lo que tanto costó conservar. Aquí, todo es control. Estabilidad. Silencio.

La paleta de mango, que apenas había recuperado la movilidad, se adelantó temblando.

—¡Nos congelaron por tener ideas! ¡Por querer sabores nuevos!

Frostyron agitó su capa y el reactor respondió, soltando una ráfaga helada que congeló parte del suelo.

—Las ideas causan caos. Pero si lo deseas… puedes enfrentarte a mi receta final.

Fofi apretó los puños. El calor de su pan se intensificó. Sus amigos se posicionaron. El helado, por fin, iba a derretirse.

Y la revolución… continuaría.

Fofi no dudó.

—Entonces prepárate para el caos, Frostyron… porque venimos sazonados con libertad.

Con una señal rápida, la empanada lanzó una bomba térmica casera directo a los conductos del reactor. El golpe no destruyó el sistema, pero sí lo hizo vibrar, y por un momento, el azul del núcleo titiló. Frostyron extendió su brazo, invocando un vendaval de escarcha que congeló el aire frente a ellos, formando un muro cristalino.

—¡Retrocedan! —gritó el hotdog, mientras usaba su cuerpo como escudo para cubrir a los más frágiles.

Pero Fofi no retrocedió. Tomó una barra metálica del suelo, aún caliente por el trayecto térmico, y la empuñó como una lanza improvisada. Saltó por encima del muro de escarcha, y aterrizó frente a Frostyron.

—Tus días de congelar el pensamiento… se acabaron —dijo.

Frostyron sonrió, pero algo en su gesto era menos confiado ahora. El calor estaba subiendo, y con él, los espíritus de los alimentos liberados. Desde los pasillos de la caverna, más figuras comenzaban a llegar. Pastelitos de crema, conos de chocolate, donas glaseadas… todos temblando, pero no de frío: de esperanza.

Carbón levantó su lanza, que ardía con una llama inestable, pero determinada.

—¡Por los sabores libres! —rugió.

El choque fue inmediato. Fofi se abalanzó sobre Frostyron, mientras la empanada y los nuggets desactivaban los congeladores uno por uno. La paleta de mango, aún débil, se unió a los controles del reactor, redirigiendo el flujo térmico.

El núcleo azul empezó a cambiar de color… virando lentamente al naranja.

Y mientras el hielo se resquebrajaba por todas partes, Fofi gritó:

—¡Esto es por cada sabor que quisieron borrar!

¿Quieres hacer imagen de este momento del enfrentamiento? ¿O seguimos narrando?
Frostyron retrocedió un paso. Por primera vez, su núcleo titilaba con incertidumbre.

El calor generado por los conductos termales —liberado ahora en oleadas gracias a la paleta de mango y su manipulación de las válvulas— empezaba a llenar el Sector Congelado. Columnas de hielo se derretían como recuerdos volviendo a la vida. El vapor se mezclaba con el brillo rojizo del núcleo inestable.

Fofi no dejó de avanzar.

—Tus algoritmos no entienden lo que es tener sabor —dijo mientras esquivaba un rayo congelante—. Ni comunidad. Ni hambre real de justicia.

Frostyron intentó levantar una barrera más, pero sus sistemas crujían. El metal se partía donde antes era invulnerable. Carbón, con su lanza envuelta en fuego puro, corrió junto a Fofi. Los dos saltaron al unísono y golpearon justo en la base del reactor.

Un estruendo llenó la sala.

El núcleo estalló en una explosión de luz tibia, y Frostyron soltó un grito mecánico, más cercano a un lamento que a un rugido. Luego, colapsó. Su cuerpo se apagó lentamente, cubriéndose de escarcha que ya no congelaba, sino que parecía despedirse.

Silencio.

Y luego… una vibración. No de peligro, sino de movimiento. Como si todo el Sector Congelado hubiera contenido el aliento… y ahora, al fin, pudiera respirar.

Las puertas de los compartimentos de almacenamiento se abrieron solas. Decenas —no, cientos— de alimentos conscientes comenzaron a salir, tambaleándose al principio, guiados por la tibieza del aire, por la luz nueva.

La empanada sonrió, su borde inflado por el esfuerzo pero firme.

—Lo logramos. De nuevo.

Fofi, con restos de escarcha en el pan, asintió.

—Sí. Pero esta vez no se trata solo de sobrevivir… Se trata de transformar todo esto.

El hotdog levantó su banderita oxidada.

—¡Una nueva cocina está por comenzar!

Y en medio de ese vapor que ya no era opresión, sino promesa, los antiguos congelados se unieron a la causa.

 


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