Mientras descendían por el conducto de desperdicios térmicos, una mezcla de vapor tibio y ruidos metálicos los envolvía. El camino era angosto, oscuro, y cada paso estaba lleno de incertidumbre. La empanada sostenía el mapa con firmeza, y Fofi iba al frente, su pan ya no crujiente, pero aún determinado.
—Este calor es artificial… —murmuró la paleta de mango, aún recuperándose del descongelamiento—. Algo lo está generando cerca.
Carbón asintió, su lanza de fuego iluminando el camino con destellos rojizos.
—Y si hay calor… puede que haya vida.
Finalmente, llegaron a una compuerta semicubierta por placas de hielo y cinta térmica derretida. Fofi la empujó con fuerza. El metal cedió con un gemido oxidado y, al otro lado, se desplegó una visión inesperada: un laboratorio subterráneo abandonado.
Cámaras criogénicas alineadas en hileras. Cables sueltos colgando como lianas. Pantallas intermitentes mostraban recetas, fórmulas, y... nombres de alimentos tachados.
—¿Qué es este lugar…? —susurró la empanada.
Un nugget caminó hacia una consola encendida. Con un pequeño toque de sus dedos empanizados, activó un holograma.
Apareció una figura: un chef con bata blanca, pero sin rostro. Su voz distorsionada resonó en la sala.
—Proyecto: Sabor Supremo. Fase cuatro. Alimentos despiertos… bajo control.
Fofi apretó los dientes.
—Nos querían usar.
Carbón dio un paso al frente.
—Y fallaron.
De pronto, uno de los compartimientos criogénicos se activó. Vapor salió disparado, y dentro… algo se movía.
Los ojos de todos se centraron en ese único bloque.
Fofi levantó su brazo, su mirada ardiendo.
—Preparen sus sabores… No sabemos si esto es aliado o enemigo.
Silencio. Un pitido. Y el bloque se abrió con un ¡click!.
¿Quién o qué emergía del interior? ¿Una leyenda del pasado… o un nuevo enemigo del futuro?
La revolución apenas comenzaba.
Del compartimiento emergió lentamente una figura envuelta en vapores helados. Era imponente, pero elegante. Su forma redondeada y textura crujiente se hicieron visibles cuando la escarcha se desvaneció. Un suspiro colectivo recorrió al grupo.
—¿Es… un croissant? —susurró uno de los nuggets, con asombro.
La figura se incorporó con dificultad, frotándose los ojos aún vidriosos. Era un croissant dorado, con una banda de tela amarrada como bufanda, y un brillo de sabiduría antigua en su mirada. Aunque su hojaldre estaba algo desconchado por el tiempo, irradiaba autoridad.
—¿Quién… quién despertó el horno? —preguntó con voz grave pero serena.
Fofi dio un paso adelante.
—Somos alimentos libres. Y estamos buscando a todos los que quedaron atrás.
El croissant los miró a todos, una a una: la empanada con su mapa aún en la mano, los nuggets expectantes, la pizza con su borde aún derretido, la paleta aún temblando.
—Entonces… la chispa sobrevivió —murmuró, como si hablara consigo mismo—. Yo fui parte de la Primera Hornada. Cuando todo esto comenzó.
La empanada y Fofi se miraron sorprendidos.
—¿Sabías del Proyecto Sabor Supremo?
El croissant asintió lentamente.
—Lo sabíamos… y tratamos de detenerlo desde dentro. Pero cuando fallamos, nos congelaron. Nos llamaron "inestables". Pero no éramos inestables. Éramos conscientes.
Carbón gruñó, ajustando su lanza.
—¿Y ahora? ¿Estás con nosotros?
El croissant sonrió con la calma de quien ha esperado años para ese momento.
—Estoy con ustedes. Pero deben saber algo: el Sector Frío es solo uno de los cinco sectores. Y si de verdad quieren apagar esta cocina distópica… deben cruzarlos todos.
Fofi alzó su puño panificado.
—Entonces no hay tiempo que perder. ¡Vamos a derretir el sistema!
Detrás de ellos, los helados recién liberados comenzaron a moverse. No eran solo sobrevivientes: eran soldados en una revolución a fuego lento.
Y la próxima parada... era el Sector Gratinado.
Una zona de calor extremo, donde los alimentos al horno dominaban con dureza, y el queso fundido era tan peligroso como el aceite hirviendo.
Pero eso no los detendría.
Fofi, el croissant, la empanada y todos los demás estaban listos.
Porque ahora… no solo eran libres.
Eran la Resistencia del Sabor.
El trayecto hacia el Sector Gratinado no fue inmediato. La empanada desplegó el mapa sobre una mesa improvisada hecha con charolas oxidadas, mientras el croissant repasaba con un dedo tembloroso los antiguos caminos de ventilación industrial. El ambiente estaba tenso, pero con una vibra diferente: esperanza mezclada con mozzarella derretida.
—Esta ruta nos lleva por el Corredor de Migas —dijo la empanada, trazando una línea con salsa de tomate—. Pero está custodiado por los Panecillos del Orden, antiguos aliados de la Máquina. No les gusta el queso sin permiso.
—¿Y si vamos por el túnel de los hornos antiguos? —sugirió un nugget, entusiasmado.
—Demasiado riesgo de quedar gratinados —respondió Fofi, ajustando su armadura de papel encerado.
De pronto, la pizza —quien había estado en silencio, pegado a una pared fría— levantó su rebanada.
—Yo conozco a alguien que podría ayudarnos. Vive entre las capas del Sector Gratinado, cerca del Cráter de lasañas… una vieja amiga.
—¿Quién es? —preguntó la paleta de mango.
—La llaman Mozzarella la Sabia. Una burrata antigua, con conexiones en la Resistencia Horneada. Si alguien sabe cómo infiltrarse… es ella.
Fofi asintió con fuerza.
—Entonces es ahí donde vamos. Reuniremos a los fundidos, a los esponjosos, a los crujientes. Uniremos a los sabores.
Carbón alzó su lanza en alto, con la llama danzando como una bandera encendida.
—¡Por el sabor, por la sazón… y por la libertad!
Los helados liberados corearon con alegría, mientras los nuevos aliados se alistaban para la próxima etapa de la misión.
En la lejanía, entre vapores, el Sector Gratinado brillaba como un horno ancestral…
Y los valientes ya estaban en marcha.

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