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Publicado el 10 de abril de 2025, 2:59

Fofi y su equipo descendieron por el angosto conducto de desperdicios térmicos, guiados por la tenue luz que desprendían las trampas térmicas que la empanada había improvisado con envoltorios de aluminio y cáscaras de papa frita.

A medida que avanzaban, el calor residual comenzaba a fundir las capas heladas del túnel, revelando inscripciones talladas por antiguos habitantes del Sector Frío: recetas olvidadas, nombres de sabores extintos, símbolos de resistencia culinaria.

—Esto… esto era más que una cámara de conservación —murmuró la pizza, mirando los muros—. Era un santuario de sabores prohibidos.

Carbón, con su lanza de fuego encendida, lideraba el grupo, pero fue uno de los nuggets quien primero lo vio: un resplandor azul y parpadeante al fondo del pasaje.

—¡Miren! —gritó, señalando—. ¡Hay algo allá!

Llegaron a una vasta cámara central donde un trono de hielo dominaba la escena. Sentado sobre él, inmóvil pero majestuoso, estaba el Rey Frappé, un enorme batido cubierto de cristales de escarcha, con una capa hecha de servilletas congeladas y una corona de cucharas dobladas.

A su alrededor, decenas de helados, paletas y sorbetes dormían en hibernación profunda, conectados a tubos que destilaban frío puro desde el núcleo del Sector.

—Ese es el núcleo de refrigeración —dijo la empanada, señalando el centro brillante detrás del trono—. Si lo apagamos… podríamos liberar a todos. Pero también arriesgarnos a una fusión de sabores descontrolada.

Fofi se adelantó, su pan tostado desprendiendo vapor al contacto con el frío extremo.

—Entonces hagámoslo con cuidado. Este no es solo el centro del frío… es el corazón de una nueva revolución gastronómica.

Y mientras el grupo se preparaba para despertar al Rey Frappé… una sombra se movió en lo alto de la cámara. No estaban solos.


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