Una emoción cálida, casi imposible en ese entorno helado, recorrió la sala. Los alimentos descongelados se miraban unos a otros como si despertaran de un largo sueño… o una pesadilla muy silenciosa. Muchos no sabían cuánto tiempo habían estado atrapados. Algunos no recordaban sus propios nombres. Pero lo que sentían ahora era claro: algo estaba cambiando.
—Vamos a necesitar refugio —dijo la paleta de mango, con voz suave pero firme—. Y un plan. Si los Congeladores Centrales notan que nos descongelamos, enviarán al Enfriador Alfa.
—¿Y ese quién es? —preguntó uno de los nuggets, visiblemente incómodo con la idea.
—Un monstruo —interrumpió el cono de vainilla—. Un sistema viviente de ventiladores, sensores térmicos y escarcha armada. Congela al instante. Y no olvida rostros.
Fofi apretó sus panes con determinación.
—Entonces tenemos que actuar antes de que nos alcance. Despertaremos a todos los que podamos, saldremos de aquí y... quemaremos el camino si hace falta.
La empanada se acercó con un mapa viejo, hallado en una de las despensas industriales.
—Hay un conducto por donde envían desperdicios térmicos. Si seguimos ese rastro… nos llevará directo al centro del Sector Frío.
Carbón levantó su lanza, chispeando como si celebrara la idea.
—Hora de prenderle fuego al olvido.
Fofi tomó el mapa con cuidado, notando las manchas de aceite y los dobleces que hablaban de décadas de uso olvidado. Lo extendió sobre una caja congelada y todos se acercaron. El conducto térmico serpenteaba como una vena ardiente en medio del paisaje helado, terminando justo en un símbolo borroso: el núcleo del Sector Frío.
—Si este mapa es correcto —dijo Carbón, apuntando con la lanza de fuego—, entonces ahí es donde se controla toda la refrigeración. Si tomamos ese lugar… liberamos todo.
—¿Y si está vigilado? —preguntó uno de los helados, aún temblando.
—Entonces lo derretimos con estilo —dijo la empanada, guiñando un ojo—. No vinimos a sobrevivir… vinimos a descongelar el mundo.
Fofi asintió. Con el núcleo de energía del autómata aún guardado en su interior, sabía que tenían el poder y el corazón para hacerlo.
Y así, la marcha hacia el centro comenzó, entre vapores que se evaporaban bajo sus pasos y miradas decididas que ya no conocían el miedo.

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