Fofi se adentró en el vapor junto a los demás, sus pasos resonando contra el metal oxidado del nuevo túnel. La temperatura subía, y el zumbido de los drones se hacía cada vez más lejano. El camino estaba oscuro, pero al fondo, una tenue luz azul parpadeaba como una estrella prometida.
—¿Qué es este lugar? —preguntó uno de los nuggets, temblando un poco.
—No lo sé —respondió Fofi—. Pero si los drones no pueden seguirnos, entonces estamos un paso adelante.
La empanada se acercó a la pared donde circuitos antiguos aún chispeaban con vida. Con un toque, una interfaz rudimentaria se encendió. Mostraba un mapa: no solo del nivel en el que estaban, sino de muchos más… niveles desconocidos, con nombres como “Zona Crudo”, “Área Vegana” y “Sector Congelado”.
—Esto no es solo un escondite… —dijo Carbón, con la voz grave—. Es un viejo centro de control. El corazón de todo el sistema de comida industrial.
Fofi dio un paso hacia la consola, su mirada más determinada que nunca.
—Entonces es hora de hacer el plato principal. Vamos a liberar cada nivel. Uno por uno.
Y así, la revolución crujiente comenzó a tomar forma.
Las pantallas del centro de control comenzaron a iluminarse una por una, revelando imágenes de otros sectores: emparedados en jaulas térmicas, palomitas atrapadas en cámaras de presión, helados encadenados en zonas de ultra frío. Las condiciones eran peores de lo que imaginaban.
—¡No podemos dejar que esto siga! —gritó la pizza, su queso burbujeando de indignación.
Fofi asintió con gravedad.
—Tenemos el mapa, tenemos el equipo… y tenemos algo que ellos no: sabor con alma.
Carbón abrió un compartimento secreto del centro de control. Dentro había viejas herramientas olvidadas: salsas con propiedades explosivas, cucharones convertidos en armas, y un recetario legendario titulado “El Manual del Sabotaje Culinario”.
—Esto es oro puro —dijo mientras repartía utensilios como si fueran espadas mágicas—. Si vamos a prenderle fuego al sistema, lo haremos con receta.
La empanada se ató una servilleta como capa.
—Entonces, ¿qué decimos, chefes?
Fofi levantó su espátula de batalla y respondió con una sonrisa que brillaba como aceite nuevo bajo la luz:
—¡A cocinar la revolución!
Y con un rugido que mezclaba hambre, furia y esperanza… el escuadrón de alimentos vivos se lanzó a liberar cada rincón de la distopía alimentaria.
El primer destino en su nuevo mapa era el Sector Congelado, una zona bajo cero donde helados, paletas y empanadas de espinaca vivían en un letargo artificial. Fofi, con su pan aún ligeramente tostado, sintió un escalofrío al entrar. Cada paso sobre el suelo helado crujía con una mezcla de hielo y olvido.
—Aquí no hay olor a nada… —susurró el hotdog—. Eso me da más miedo que el autómata.
Avanzaron entre columnas de hielo translúcido, donde se veían figuras atrapadas: conos de vainilla con ojos entrecerrados, pastelitos azules y paletas tristes. Uno de los nuggets tocó el hielo. De inmediato, una grieta se expandió con un crujido agudo… y una voz débil emergió desde dentro.
—¿Aún… queda esperanza?
Fofi se acercó, su calor corporal comenzando a derretir el bloque.
—Más que eso —dijo, con los ojos brillando—. Traemos una chispa. Y esta vez, no se va a apagar.
Detrás de él, Carbón ya había encendido su lanza de fuego, y la empanada colocaba trampas térmicas en las puertas de los congeladores industriales. Era hora de despertar a los helados. De hacer que el frío temblara. Y el primer sabor que regresaría al mundo… sería el de la libertad.

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